Los vecinos de Parla
no estamos solos en nuestra orfandad cinematográfica: 17,7 millones
de españoles, más de un tercio de la población, viven en una
localidad donde no hay cines fijos, según un informe de AIMC
(Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación).
La estadística se refiere en su aplastante mayoría a los municipios
de menos de 50.000 habitantes.
Hay, sin embargo, excepciones además
de Parla: Móstoles (206.589 habitantes), Algeciras (121.133), Santa
Coloma de Gramanet (117.597) o Avilés (79.514).
La
XIV Fiesta del Cine, que desde hoy lunes reduce los precios a
2,90 euros durante tres días, no nos supone ninguna celebración a
los parleños.
Cualquier ciudad tan grande debería tener un cine, pero años de
crisis económica y de espectadores, cambio de hábitos de ocio, la
entrada de la alta tecnología audiovisual en los hogares, han
barrido en dirección contraria y la tendencia parece irreversible.
Centenares de salas han desaparecido por toda España, mientras
miles de españoles descubrían un nuevo requisito obligatorio para
acceder al séptimo arte: el coche. Desde Parla hay que conducir al
menos 15-30 minutos hasta los cines de Nassica (Getafe) o Parquesur
(Leganés), que son los más cercanos.
En Parla o coges el coche o no vas al cine. El autobús deviene en
locura.
El nuevo siglo ha traído un radical cambio de hábitos de ocio audiovisual
La burbuja inmobiliaria multiplicó los centros comerciales, todos
con cines debajo del brazo, y esos complejos acabaron con las salas
pequeñas.
No es el caso de Parla, que pese a duplicar su población en los
últimos 12 años, continúa teniendo el mismo centro comercial que
hace 25 años, no ha evolucionado y ya está obsoleto, pequeño y
viejuno.
Y sin previsiones ni de que lo amplíen ni de que construyan
uno nuevo en Parla, con lo cual, al igual que en el caso de acudir a
un cine, los parleños tienen dos alternativas: o cogen el coche o
cogen el coche.
Las cifras reflejan aquel tsunami. Hace
dos décadas, flotaba por España un archipiélago de salas pequeñas
(de una a cuatro pantallas): en 1998, así eran ocho de cada 10. Los
cines colosales, con 10 o más pantallas, representaban el 2,5%. Hoy
en día, casi la mitad (44,8%) de las salas cuenta con al menos
cinco; el minúsculo cine de barrio se está quedando aplastado entre
los gigantes de los centros comerciales. De paso, las programaciones
más cuidadas dejan espacio a la invasión de los taquillazos.
Si
Parla añora con una nostalgia cada vez más olvidada la ausencia de
salas, hay provincias como Cuenca o Segovia donde apenas queda un
puñado. Y cinéfilos de decenas de capitales lamentan una oferta que
rara vez va más allá de los títulos de Hollywood.
La versión
original apenas atrae a un 1% de los espectadores. Los oasis se
limitan a Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla y Valencia.
Que haya ocho salas y todas proyecten películas comerciales es
descorazonador. Los cines de los centros comerciales son clónicos
unos de otros. Igual, si es lo que hay, tampoco supone una pena tan
grande que algunas desaparezcan.
Los hábitos han
cambiado para siempre y hay que adaptarse a los nuevos usos,
costumbres y preferencias de la gente, que en materia de cine, cada
vez pasan
más por ver una película en las grandes pantallas planas
de sus casas con las
plataformas de cine y las operadoras de internet
con su infinidad de canales y
televisiones a la carta que van
forjando el nuevo modelo de ocio doméstico
audiovisual.
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