Desde el 2 de enero de 2011
estamos de enhorabuena por la entrada en vigor de la nueva Ley Antitabaco, tras
el gran fracaso de la anterior Ley que a grandes rasgos concedía la
permisividad absoluta en todos los establecimientos hosteleros que quisieran acogerse
a la libertad de permitir fumar en su interior. Confieso que la iniciativa de
la Ley Antitabaco es uno de los poquísimos aciertos que ha tenido el PSOE en
las dos legislaturas que lleva conduciéndonos al abismo, empobreciendo y
analfabetizando a todo el país.
España es la primera potencia
mundial en número de establecimientos hosteleros per cápita, lo cual no es ni
mucho menos sinónimo de calidad ni profesionalidad, pues gran parte de las
cafeterías, restaurantes, chiringuitos, etc. tiene unas condiciones higiénico
sanitarias de lo más lamentable debido fundamentalmente a la falta de educación
y civismo de los cerdos disfrazados de clientes. Sería inconcebible casi en
cualquier parte del Europa y el mundo desarrollado estar en semejantes estercoleros, bares apestados de humo y pisando
basura, colillas, servilletas, cáscaras de gambas, etc.
Es más, personalmente he estado
en bares de países pobres y su nivel de limpieza era infinitamente superior a
muchos de los bares y cafeterías españoles.
Ateniéndose a la experiencia
previa en otros países donde ya se aplican normativas antitabaco, se va a
producir un inevitable reajuste en el sector de la hostelería y más con una
tendencia de consumo a la baja por la escasez de liquidez en los bolsillos de
la gente. Un reajuste o reconversión en el sentido de ser más competitivos, profesionales y
esforzarse por atraer y cautivar a la clientela por la calidad y no por ser el
establecimiento, una mera estancia donde fumar y consumir bebidas o comida.
Ahora hará falta un valor añadido para que el cliente se decida a entrar en un
bar, cafetería o restaurante. También las terrazas, al permitir fumar en ellas,
adquirirán mayor relevancia, basta con comprobar que en los últimos meses se
han disparado las ventas de estufas exteriores.
En la hostelería parleña hace
falta una reconversión a marchas forzadas. Aún siguen existiendo muchos bares y
cafeterías de paupérrima calidad, higiene y estética casposa y "torrentiana" que en otras ciudades
prácticamente ya se han extinguido. Esos bares de eterna niebla interior causada por el humo, en los que cuatro varones
fumando un cigarro tras otro se pasaban la mañana o la tarde de soliloquio
entre mugrientas paredes y el sonido y las luces de las pertinentes dos
máquinas tragaperras.
En realidad, el nivel y calidad
de establecimientos hosteleros de un municipio suele ser el espejo del tipo de
habitantes de la propia ciudad, con lo cual en nuestra ciudad, con un gran
porcentaje de población de clase media-baja(más baja que media), no se puede
aspirar demasiado a tener ni restaurantes
más allá del menú del día, las bravas y la oreja, ni pubs o cafeterías de excelsa
calidad.
A muchos parleños, cuando nos han preguntado por algún sitio agradable donde tomarse un café
o una copa, tradicionalmente sólo nos viene a la mente el legendario Capone. Sí, el Capone , por poner un ejemplo, es
como una isla en el desierto y sería deseable que establecimientos similares
proliferaran más en Parla, pero es lo que hay, en consonancia con la ausencia
de un gran centro urbano peatonal con un entramado espacioso, racional, contínuo y cohexionado, y comercialmente vivo y dinámico, a imagen y
semejanza de llos centros urbanos de las ciudades colindantes, los amplios centros urbanos peatonales de Leganés, Móstoles o Alcorcón o la calle Madrid y aledaños en Getafe, por poner varios ejemplos. Porque si sales de un restaurante y te
encuentras que no puedes dar ni un paseo, porque no hay ni un solo sitio en
condiciones donde tomarse un café o una copa, porque produce hasta miedo
caminar por un lúgubre y desierto entorno, pues desistes y te vas a otro
lugar donde sí tengas esa posibilidad. En un centro urbano como el de Parla, con antiguas plazas-jaula enrejadas, donde los coches devoran los espacios ante la ausencia casi total de plazas estanciales como punto de reunión, paso y convivencia y la ausencia de grandes aparcamientos subterráneos, y donde, en general, en los barrios centrales y más antiguos de Parla reinan la fealdad, la devastación, la degradación y la marginalidad estética,
urbanística, social y humana, no se pueden pedir milagros porque es el
resultado de lo que se ha sembrado y permitido durante tantos años.
Sin desmerecer para nada a los restaurantes parleños que de manera valiente y aislada intentar ser referentes de calidad, es verdaderamente patético que en
una gran ciudad de 130.000 habitantes la gente tenga que desplazarse fuera para algo
tan simple como disfrutar globalmente de una tarde o noche de ocio, cenar en un buen restaurante y a continuación tomarse un café
en algún lugar agradable o tomarse unas copas lejos del bronco, vulgar y cutre
ambiente de la calle “Torrijón”.
En este ámbito sucede lo mismo
que para hacer compras o disfrutar del tiempo de ocio, ya que muchos parleños
cogen su vehículo privado y se dirigen a otros municipios vecinos para adquirir
los bienes y servicios o disfrutar de actividades lúdicas que desgraciadamente
no se ofertan en Parla, nuestra querida ciudad que cuando oscurece el día tiene
menos vida que el subsuelo de un cementerio. Las carencias de nuestra ciudad son descomunales, aunque en este caso la ausencia de innovadoras iniciativas privadas
de inversión es más que sintomática. Casi nadie arriesga a invertir su dinero
si sospecha que va a perderlo. Pero no está todo perdido, siempre nos quedará
la esperanza de que en Parla inviertan los chinos.
Ahora es de esperar que la autoridad competente vele por
el cumplimiento de la nueva normativa, pues si nos atenemos a lo que sucede en
Parla, donde rige la ley de la selva con el botellón, los petardos, las peleas,
los ruidos, el vandalismo, los excrementos caninos y todo tipo de actos
incívicos e ilegales que proliferan por doquier sin ninguna limitación, el
riesgo de impunidad planea también sobre los malos humos.